Ver duendes en la cocina,
oír voces en el reloj
que palpita con la presión
de mil bombas atómicas,
temblar y retemblar
toda la noche,
ver a todos mis muertos
venir a vistarme;
estar a la orilla de la cama
pensando y repensando levantarme;
comprender lo doloroso
de las siete plagas de Egipto;
oír a todo volumen
las trompetas de Jericó
barrenando mis oídos
estar en la mira
de los escuadrones de la muerte.
Sentir escalofríos
y ver a la parca con su guadaña
esperando tras la puerta.
De pronto recordar
que he estado en el purgatorio
cuatro veces
y volar a las alturas
de los perisodáctilos
dátiles y con candela
sin sentirle sabor ni a la amargura
de la noche que me hizo llorar aquella
tormenta que azotó el San Salvador viejo
en la noche de los generales
y los mecapaleros de goma;
y sentirme vulnerable
hasta la muerte amén.
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